Comentario
Nunca en España se había producido un destronamiento como el que tuvo lugar en marzo de 1808 en el que el rey Carlos IV fue sustituido por su propio hijo Fernando después del triunfo de un motín que tuvo lugar ante el Palacio de verano de Aranjuez.
En realidad, el descontento ante la forma de gobierno de Carlos IV y, sobre todo, de su ministro y favorito Manuel Godoy, venía de más atrás. Carlos IV era un monarca débil, dominado por su esposa María Luisa de Parma, y ambos por el favorito real, designado primer ministro en 1792. Su nombramiento puso de manifiesto la fragilidad del sistema de reformas que se había iniciado durante el reinado anterior y precisamente cuando la Revolución Francesa comenzaba a dejar sentir su influencia al sur de los Pirineos.
La penetración en España de las ideas revolucionarias fueron impulsadas como demostró el profesor Pabón- por el proselitismo girondino, y calaron en ciertos sectores minoritarios de la burguesía radical. El día de San Blas de 1795, un grupo de revolucionarios intentó dar un golpe en la capital de España. La plana mayor de la conspiración estaba compuesta por cinco o seis personas, entre las cuales se hallaba el maestro mallorquín Juan Picornell. Sus fines no estaban muy claros, aunque en un manifiesto que se distribuyó por las calles de Madrid, figuraba el lema del nuevo Estado que se pretendía imponer: "Libertad, igualdad y abundancia". No parece, sin embargo, que los conjurados quisieran llegar tan lejos como la Convención gala. La conspiración fue descubierta y sus instigadores fueron apresados y deportados, pero aquellos hechos ponían en evidencia que el germen revolucionario se había extendido por España.
La trayectoria que esa corriente revolucionaria tomó en los años siguientes no puede seguirse con nitidez, pero se sabe que a comienzos del siglo XIX empezó a dibujarse un partido fernandino, como fuerza de oposición al monarca y al que se arrimaron los descontentos. Ya para 1803 y 1804 se advierten indicios de un plan para cambiar a Carlos IV por Fernando VII. Para unos sería simplemente un medio de alejar a Godoy, para otros, la posibilidad de llevar a cabo importantes cambios políticos. Pero la primera maniobra de la que tenemos datos concretos fue la llamada Conjura de El Escorial, en 1807. Se trató de un intento fallido de sustituir a Carlos IV por el heredero, alentado por personas del propio servicio palaciego, como el canónigo Escóiquiz, preceptor del príncipe Fernando.
El último capítulo de lo que podría calificarse como la prerrevolución española coincidió ya con la invasión napoleónica. La familia real había huido a Aranjuez ante las alarmantes noticias que llegaban a la capital sobre las intenciones de los supuestos aliados, los franceses. Godoy había concluido con Napoleón el Tratado de Fontainebleau, a finales de 1806, por el que se comprometía a ayudar a los franceses en la conquista de Portugal a cambio del reparto del botín. Sin embargo, cuando las tropas napoleónicas fueron ocupando el territorio español en su paso hacia Portugal, Godoy comenzó a sospechar de las verdaderas intenciones del Emperador y tramó la huida de los reyes a Aranjuez para, desde allí, marchar a Sevilla y Cádiz, desde donde embarcarían con rumbo a América. La indignación popular por tanta cobardía fue lo que incitó a la movilización ante el palacio, aunque existen indicios para creer que hubo elementos de la nobleza descontenta que organizaron y financiaron el golpe, como ha señalado Martí Gilabert. Lo cierto es que cayó el odiado Manuel Godoy y, como consecuencia del motín, abdicó el débil Carlos IV. Fernando VII, el Deseado, subía al trono entusiásticamente apoyado por quienes habían derribado a su padre.